Generación del 900
Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris
Dithey dice: “una generación es un estrecho círculo
de individuos que, mediante su dependencia de los mismos grandes hechos y
cambios que se presentaron en la época de su receptividad, forma un todo
homogéneo a pesar de la diversidad de otros factores”.
Lo que tuvieron en común esta generación no fue solamente que muchos de
ellos se conocieron, e incluso se peleaban, sino que compartieron sus textos y
creaciones literarias, sintiéndose diferentes y especiales en el mundo
hipócrita que les tocó vivir.
Wechssler señala: “a distancias desiguales, se
presentaron promociones nuevas, mejor dicho, los voceros y cabecillas de una
nueva juventud que se hallan tratado íntimamente por supuesto similares, debido
a la situación temporal y, externamente, por su nacimiento dentro de un término
limitado de años”.
Habitualmente se dice que una generación sería “coetáneos” que comparten una zona de fechas, por lo
general entre unos quince años antes o quince años después de 1900. Por
esas fechas publicaron y fueron las figuras más relevantes del momento.
Ortega y Gasset decía: “Las variaciones de la
sensibilidad vital que son decisivas en la historia se presentan bajo la forma
de generación. Una generación no es un puñado de hombres egregios ni
simplemente una masa: es como un nuevo cuerpo social íntegro, con sus minorías
selectas y su muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ámbito de la existencia
con una trayectoria vital determinada.” “Cada generación
postula un cambio en el mundo. La afinidad no procede tanto de ellos como de
verse obligados a vivir en un mundo que tiene una forma determinada y única”.
Estos conceptos de Ortega y Gasset arrojan luz a
esta generación. Son coetáneos, porque comparten una forma
de ver el mundo, una sensibilidad en común, y postulan un cambio de visión.
Podría decirse que lo que une a esta generación es el deseo de escandalizar al
burgués, de reírse, criticar, denunciar la sociedad pacata e hipócrita que les
tocó vivir. Su lema es la rebeldía, y lo hacen
desde un lugar despreciativo a todo este mundo de plástico.
Decía Carlos María Domínguez en una entrevista: “Eran vistos como europeizantes, con un grado de
afectación que los excluía de la cultura criolla. Educados en colegios
privados, salen una manga de degenerados que prueban el opio y que se dedican a
mirar a otro lado cuando debían cantar loas a la Patria y a la construcción de
la Nación. La suya es la historia de los primeros intelectuales ofuscados con las
tradiciones del Río de la Plata”.
Es evidente que esta generación pago
un precio muy caro por su descaro. La mayoría de ellos terminaron con
muertes jóvenes o desterrados, encerrados y hasta suicidándose. El más
provocador de todos, que curiosamente fue el que duró más, Roberto de las
Carreras, terminó loco en un hospital de Paysandú.
Uno
de los elementos que los unió en un principio fue la moda del modernismo. Se
dejaron fascinar por la publicación del nicaragüense Rubén Darío,
quien marcó un “principio” (aunque esto también es discutible) con su libro
“Azul”.
Las nuevas modas, las críticas a la
sociedad, llevaron a una efervescencia cultural poco antes vista. Los poetas se juntaban en cafés literarios, en cenáculos, en “La torre de
los Panoramas” (casa de Herrera y Reissig) y compartían sus creaciones.
Escribían en folletines, en columnas de periódicos, se insultaban y debatían
con altura, hasta que tal ya no podía sostenerse, entonces podían llegar al
duelo. Y a veces eso sólo empezaba por una simple apreciación de la poesía del
otro.
De esta generación podemos rescatar
algunos nombres muy conocidos:
En la narrativa a Quiroga y a Viana. En la lírica a
Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig y Roberto
de las Carreras. En dramática a Florencio Sánchez. Y en el ensayo a Rodó y a
Carlos Vaz Ferreira.
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